Este texto surge del encuentro entre Michel Capeletti y la presentación de Pruebas íntimas I de Josefina Imfeld, Rocío García Brangeri y Mailen Braverman en Casa Sofía.
Parte del ciclo Proximidades Expositivas organizado por Federice Moreno.




Para desorganizar la historia hay que seguir incendiando.


El espacio dividido en dos partes. Por detrás de una pared yo sé que hay movimiento pero no lo veo, solo me quedo con la sensación de que el espacio disminuyó y en esta operación yo cambié mi estatura, pareciera ser un poco más alto de lo que soy en realidad, ocupo más espacio. Soy un fragmento de esta composición que por ocultar y develar (sigo pensando en la acción por detrás de la pared) hace que yo imagine, intuya. En eso creo un elástico entre dos espacios, uno que habito y otro que imagino.
Se apaga la luz
Dejo de ser gigante. Al apagarse la luz el espacio vuelve a ser uno, me olvido de la pared que está en frente a mí y todo el mundo por detrás. Es rápido el movimiento que hago y la narrativa se reconfigura, se desdibuja. En este momento estoy sentado y expectante, esperando quizás que vuelva el mundo que dejé segundos atrás, que yo vuelva a habitar este lugar adonde por tener un espacio reducido llegaba con la tapa de mi cabeza al techo.
El primer gesto y el primer estallido.


Vuelven los dos espacios y un primer gesto anuncia y sitúa la potencia revulsiva de las imágenes que todo el tiempo habitaban el lugar de la acción explicitando por segundos sus objetos y experiencias. La pared que divide el espacio es papel y se ve a través de ella un gigante de pelo largo. Yo soy menor que elle, mi sensación ahora se relaciona con este ser que es inmenso y todo eso que relato en palabras pasa en segundos, todo eso pasa en el tiempo que la luz sigue prendida hasta que se apaga.
Luz, tiempo y acción.

En este mundo que empieza a develar por detrás del papel la luz es fuego. La acción de iluminar se da porque la gigante prende fósforos y maneja el tiempo de su accionar según la duración del fuego y con eso construye un espacio en donde yo puedo comprender una actividad interna, mía, particular en relación a algo que es más grande que nosotres. Todo pasa en el tiempo que el fuego se sostiene.
Quemar la pared.
Lo que se sostiene permite ver colores y formas que no serían posibles en otro contexto. Al prender y apagar los fósforos todo lo que es detalle pasa a ser gigante junto con ellas, el fuego pasa a tener colores distintos porque la acción sostenida me permite imaginar. Empiezo a ver con una mirada dilatada por el juego con la luz y oscuridad hasta que lo concreto de la acción abre una grieta. Vuelvo a mi lugar en un golpe de realidad y lo que divide los dos mundos se va a romper, la pared que vi al principio se va a quemar porque alguna de ellas así lo quiso. Yo seré igual a las gigantes, compartiremos espacio.
Para desorganizar la historia hay que seguir incendiando.
El relato y su búsqueda, la palabra y lo que no puedo nombrar. Se abre la pared y lo que se ve es un pulsar, un latido. Solo así puedo escribir lo que pasa después que la división entre los dos espacios se rompe. Se quema la pared, se destruye el papel y yo sigo abriendo espacios para imaginar. El cuerpo en una ocupación se desprende de un sentido y por eso potencia múltiples posibilidades de leer. Ahora el espacio tiene una luz blanca y lo que veo sigue existiéndose como fuego, pulsión e intensidad.

Las gigantes tienen una altura parecida a la mía, estamos en un mismo plano.

pruebas íntimas I